La historia del fármaco Aplidin pone en relieve la importancia de la investigación básica

Es el 15 de octubre de 1988 y un equipo de biólogos marinos del Centro de Estudios Avanzados de Blanes (CEAB-CSIC) nos disponemos a sumergirnos en un punto próximo a Eivissa (Islas Baleares). Estamos llevando a cabo un proyecto, dirigido por María Jesús Uriz, para estudiar la importancia de las interacciones químicas en la ecología de los fondos marinos. Conmigo están Iosune Uriz, Enrique Ballesteros, Josep Maria Tur, Dolors Rosell y Rick Brusca. El proyecto está financiado por la compañía farmacéutica española PharmaMar S.A., que utiliza los organismos que los biólogos recogemos para buscar sustancias químicas de potencial terapéutico.

A 52 metros de profundidad, sobre unas cuerdas sumergidas en una comunidad coralígena, nos topamos con abundantes colonias de un pequeño organismo invertebrado filtrador, una ascidia. Las ascidias son animales invertebrados como las esponjas o los corales que se encuentran en el fondo del océano a más de 40 metros de profundidad. Recogimos algunas muestras y un servidor, especialista en ascidias, las pude identificar más tarde en el laboratorio. Las estudié meticulosamente, buscando sus características morfológicas más relevantes hasta que pude ver que se trataba de la especie: Aplidium albicans. Una especie ya descrita, pero escasa en el planeta y que no sabíamos que podía vivir en nuestro litoral.

Fig 1. Aplidium conicum (especie emparentada con Aplidium albicans). Fotografía de: Xavier Turon

Los análisis de PharmaMar, S.A. mostraron que este modesto organismo tenía una sustancia química con propiedades antitumorales y antivirales. Consiguieron identificar la molécula, que es la base del fármaco conocido como Aplidin. El nombre químico del compuesto es más complejo pero seguro que os sonará: plitidespina.

Hoy, 32 años después, está en boca de todos por sus posibles aplicaciones en un fármaco contra la COVID-19.

Décadas de investigación y grandes inversiones

Quiero destacar dos cosas sobre estos hallazgos.

Primero, la visión y esfuerzo de empresas como PharmaMar, S.A. para desarrollar una cartera de nuevos productos terapéuticos que cuestan décadas de investigación y una inversión enorme. Aplidin ha tenido una modesta historia como antitumoral, pero su posible nueva aplicación compensaría todos estos años de estudios.

Segundo, la necesidad de la ciencia básica. En la base de esta investigación están los biólogos marinos y, en particular, los llamados taxónomos, capaces de identificar a qué especie pertenecen los diferentes ejemplares. Saber identificar la especie es vital si se precisan más muestras, especialmente para temas de patentes, y también, por la posibilidad de investigar otras especies emparentadas. Hace falta el nombre del organismo productor.

Hoy me alegra que aquella lejana inmersión haya dado estos frutos tan importantes, pero es la historia misma de la ciencia básica. Ella es el caldo de cultivo que permite la aparición de descubrimientos que a su vez acabarán de una forma u otra teniendo aplicaciones que pueden cambiar nuestras vidas.

Unas décadas después, sigo sacando el tiempo que puedo, entre burocracias e investigaciones más “modernas”, para poder pasar horas en la lupa y el microscopio, identificando y describiendo especies de ascidias de todo el mundo. No me reporta grandes réditos en términos de publicaciones científicas estelares, pero estoy convencido que mi modesta contribución para conocer nuestra biodiversidad será mi legado científico más importante y duradero.

¡Preservemos la ciencia básica y la taxonomía!

Texto de Xavier Turon, profesor de Investigación del CEAB-CSIC.